sábado, 11 de marzo de 2023

CARTAS SIN FRANQUEO (XCV)- LA INVOLUCIÓN Y LA CENSURA

Como ya te comentaba el otro día, la ventaja, seguramente no la única, de ir cumpliendo años, y ser capaz de observarlos, retenerlos y estudiarlos, es ver la evolución del mundo que te acompaña, una evolución que, lamentablemente, no siempre es positiva.

Es muy interesante comprobar cómo evolucionan, e interactúan, conceptos como la censura, el sistema político y la libertad individual, y, por mucho que esa relación parezca evidente en su desarrollo, llegamos a comprobar que la realidad se evade de cualquier presunción de evidencia y nos pone ante nosotros la perversión de ciertos actores cuyo papel es pretendidamente evolucionador, revolucionador, pero que acaba resultando involucionador.

Yo nací en época franquista, en una época llena de recortes a la libertad, y en la que la censura era oficial, la política, la religiosa, la social, y actuaba a plena luz del día, sin recato, sin cortapisas y sin otra limitación que la propia escasez intelectual de los censores, que llegaban a provocar las públicas rechiflas de publicaciones que arriesgaban su dinero y libertad, haciéndose eco de muchas de esas burlas enmascaradas, apenas, para conseguir sortear las escasas luces, en la mayor parte de los casos, de los censores del régimen, capaces de prohibir una canción que hablaba de una caimán que se iba para Barranquilla, pero permitir películas como “El Verdugo”, “Plácido” o  novelas como los “Santos Inocentes”, por poner algún ejemplo entresacado. “La Codorniz” , “Hermano Lobo”, “Por favor”, la maravillosa “Celtiberia Show” de Carandell en “Triunfo”, jugaban, al límite de lo permitido, a sortear esa institucional censura previa que toda manifestación pública tenía que pasar. La película “La Corte del Faraón”, hace un excelso y divertido relato de unos usos, abusos, y picarescas, de la lucha por la libertad que la tal institución suponía.

La dictadura intervenía en todos los aspectos de la vida, todo estaba regulado, todo estaba filtrado, todo… ¿Todo? No, todo no, la sensación de libertad individual, la sensación de ser dueño de tus ideas y de tu propio enfoque de la rebeldía, era prácticamente ilimitada, siempre y cuando esa libertad no saliera de tu propio ámbito, siempre y cuando no pretendieras proyectarla sobre un espacio lo suficientemente amplio para llegar al alcance del régimen.

Y esa libertad individual, seguramente recoleta, íntima, apenas compartida en susurros y complicidades con los más cercanos, alimentaba las ansias de una libertad plena, compartida, institucional, que muchos, sospecho que por una vez podemos usar el término mayoría en toda su amplitud, anhelábamos.

Y en estas, corría el año 1975, se murió el dictador; se murió dejando todo tan atado, y bien atado, que en apenas un año después los españoles empezamos a elegir entre dos salidas posibles a aquellas ansias de libertad que la dictadura había embalsado en nuestros corazones, y que desbordaban en la calle con entusiasmo ante la perspectiva de poder ponerla en práctica: la evolución, o la revolución.

Rebosábamos libertad colectiva, porque, por primera vez en mucho tiempo, nuestra libertad individual se voceaba, se cantaba con Jarcha, con Labordeta, Paco Ibáñez, Serrat, Raimón, Ana Belén o Vino Tinto, con cantantes y cantores nacionales a los que voces venidas desde fuera de nuestras fronteras, Violeta Parra, Víctor Jara, Quilapayún, Joan Baez, Moustaki, Brassens, Cabral, Silvio Rodriguez, añadían sintonías y músicas foráneas para cantar nuestras ansias de gritarle a todo el mundo que el dique se había roto, que la censura estaba muerta y el nuevo régimen, que el antiguo régimen había pretendido tutelar y dirigir con metodología censora para preservar su esencia más allá de su decadencia y de la muerte del dictador, de la figura que desde su atalaya de poder, servía de coartada y sustento a todas las carencias de libertad en las que pervivíamos, había perdido su poder y colectivamente habíamos elegido otro camino. Habíamos elegido una evolución contenida, medida, pausada, que permitiera una libertad sin ira, una evolución con ciertas renuncias que hubieran supuesto una revolución, posiblemente una época sangrienta, que en parte se insinuó con la matanza de Atocha, con ciertas actuaciones de pistoleros y matones del antiguo régimen, frente a pistoleros y matones de opciones tan nocivas y totalitarias como las abandonadas, encarnadas por bandas terroristas entre las que destacó, por crueldad y sangre derramada, la inclemente ETA.

La libertad individual triunfó sobre la censura, salvo en ciertos territorios en los que el terror impuso una persecución feroz de la libertad individual, mucho más feroz y sangrienta que lo que había sido la del régimen en sus tiempos postreros, señalando con muerte y ostracismo social a cualquiera que alzara la voz en contra de sus disparatadas y totalitarias actitudes políticas.

En esa época, en esa esperanzada, pero terrible época, en la que las ejecuciones selectivas, a tiros, en medio de la calle, y las bombas que mataban indiscriminadamente, invadían las noticias y convivían con la esperanza democrática de un periodo constituyente, o de unas primeras elecciones que intentaban respaldar el ansia de libertad de una sociedad tozuda en sus objetivos, convivieron la nueva censura por medio de las armas, de la amenaza a la vida, y una autocensura que intentaba limitar las ansias de objetivos de libertad y convivencia. Todos los españoles no implicados en las ferocidades y totalitarismos de las bandas de asesinos contendientes, todo el verdadero pueblo que poblaba el territorio español, nos levantamos el 25 de febrero del año 1981 con la íntima convicción de que había que medir los pasos, las ansias, los logros, en aras de desactivar a las bestias totalitarias que nos amenazaban, que amenazaban la convivencia que deseábamos, desde todos los frentes absolutistas, dictatoriales. Así que armados de determinación, de resistencia, de ansias de no volver a caer en el hambre de poder y mesianismo de ningún enemigo de la libertad, ni siquiera de aquellos que presumían de hablar en nombre de una libertad que solo ellos reconocían, decidimos medir nuestros pasos, y pactar nuestras aspiraciones. Y nos impusimos casi todos, en espera de derrotar a los que vivían del miedo ajeno, una autocensura que no renunciaba a la esperanza de nada, pero evitaba hablar de esa esperanza, de las cotas de libertad y convivencia que la mayoría ansiabamos.

Hay quién dice que ya hemos derrotado a las bestias que amenazaban nuestra libertad, que los enemigos de la libertad han sido superados por la firmeza de las convicciones populares, y que ahora caminamos hacia esa libertad plena que entonces soñamos. Hay quién lo dice, pero, dime una cosa, si eso es cierto, ¿Por qué siento que mi libertad individual está en mayor riesgo que durante el franquismo? ¿Por qué una censura que llega al lenguaje, al pensamiento, a la vida cotidiana, ha entrado en vigor? ¿Por qué, de nuevo, unos supuestos guardianes de la moral y la ética, nos vigilan y nos intentan imponer su mesiánica, y limitadísima, visión de la libertad y de la convivencia? ¿Por qué se usan los avances sociales para lastrar a la sociedad y facilitar un intento de control absolutista, indecente, involucionista?

Si, al final, por mucho que queramos mirar hacia otro lado, por mucho que le llamemos con nombres que disimulen su esencia, la percepción de los que ya lo hemos vivido, y lo recordamos, es que hemos involucionado, que volvemos a aquellos tiempos en los que una persona se sentía con capacidad y derecho para decirle a los demás lo que debían de pensar, como, cuando y para qué, y, si no iban por el camino deseado, condenarlos al escarnio público, sentenciarlos socialmente, y, llegado el momento, judicialmente. Y eso se llama involución, y eso conlleva una censura que, si entonces solo alcanzaba a la vida pública, hoy, mediante las redes sociales, llega hasta la intimidad de tu casa, y se convierte en acoso.

Podría decir con fechas y razones, cuando esa evolución con vocación cuasi revolucionaria, se convirtió en involución con el consentimiento de todos, pero el miedo está volviendo, y ver a los herederos de los pistoleros de todo signo sentados en el congreso, convirtiéndose en valedores de la libertad y la democracia, me impone una auto censura que, al contrario de la de la transición, es absolutamente desesperanzada.

Nací creyendo en la libertad, crecí peleando por ella, hoy me conformo con esperar que algún día, en un futuro ajeno a mí, la humanidad se deshaga de esos lastres convivenciales que se llaman partidos, que se deshaga de esos enemigos de la libertad que se llaman populismos, nacionalismos y extremismos, y encuentre el camino hacia una libertad que sane todas las mentiras que hoy compramos.

Tengo que escuchar, de esos salvapatrias mediocres y carentes de memoria y de cultura, que nuestra transición fue un fiasco, mientras observo con auténtico dolor, con auténtica pena, el fiasco al que nos están llevando a todos, a una sociedad enfrentada, atomizada, que no dividida, cargada de rencores, agravios y  consignas vacías y militantes, que es la que ellos necesitan para medrar. Tengo que soportar sus prédicas mesiánicas emitidas desde una inexperiencia vital patética y culpable. Tengo que convivir con su intolerancia, con su soberbia, con su incultura y con su absoluta carencia de conocimiento sobre lo que pretenden evangelizarme, con su mentirosa interpretación de la historia, pasada y presente, contemplando el daño que la sociedad va acusando, defendiéndose de esa prédica mentirosa, ignorante, fanática, con un alejamiento institucional que nos condena a todos.

Y ya que solo me queda la palabra, ya que todos me miran mal, menos los ciegos, es natural, ya que mis palabras no pueden ser sin pecado un adorno, y me parece que estamos tocando fondo, me niego a callar; por un mundo en libertad, en paz y con justicia. Deseos que me consta, amigo mío, que compartes, como muchos otros, pero ellos no.

sábado, 17 de diciembre de 2022

HISTORIAS REALES (I)- CIEGA, SORDA, DAÑINA

Comía el otro día con mi amigo, Antonio Zarazaga, que siempre me aporta material importante para pensar, para escribir y para pasar un rato ameno y enriquecedor, y me recordaba una frase de Voltaire, que, aunque fue mencionada en el contexto de la medicina actual, la huelga en Madrid y las mentiras que no se cuentan, tema del que trataré en breve, y bajo la misma filosofía, es perfectamente aplicable a cualquier tema de actualidad.

“Ni supongo, ni propongo, solamente expongo” dijo Voltaire, y es exactamente lo contrario de lo que hacen hoy en día los medios de comunicación, en realidad de opinión y desinformación. Basta leer un par de cabeceras de los diarios de mayor tirada, para observar que apenas hay noticias en las que el desarrollo no opte por estar a favor de las posiciones de unos y en contra de las posiciones de otros; y eso cuando lo que para uno es relevante, pera otros ni existe. Todos proponen, todos suponen, nadie expone, nadie informa.

Hablábamos el otro día, a propósito de la intoxicación y desinformación en la que vivimos los ciudadanos, y de lo terrible que es el llegar a pensar que ciertas posturas aberrantes de los políticos, que parecen obedecer a intereses que ellos niegan, pero parecen evidentes, están basadas en mentiras que ya asumimos como naturales en el desempeño de sus funciones, sobre la ferocidad fiscal que está destruyendo pequeñas empresas que de otra forma serían perfectamente viables.

Sí, lo dije y lo mantengo, mi duda es si eso es una acción política del gobierno central con el objetivo de desacreditar a ciertos gobiernos autonómicos de signo contrario, concretamente el de Madrid, o si sucede también en las autonomías afines al gobierno central. Lo que no es una duda es que, a las pequeñas empresas de Madrid, la tormenta perfecta se les ha venido encima, y la hacienda pública se ha convertido en el mayor enemigo de su futuro con una actuación ciega, sorda y dañina.

Pero, y siguiendo la frase que mi amigo Antonio me recordaba, voy a contar una historia real, una historia empresarial de la que obran en mi poder todos los documentos, y, por tanto, puedo exponer sin suponer, ni proponer.

A finales del 2019 un conocido firmó la compra de una empresa de carpintería que tenía contrato estable con una conocida firma de seguros para el hogar, contrato que aseguraba una estabilidad en la facturación y un futuro interesante en cuanto a desarrollo y crecimiento. El contrato, aparte de las estipulaciones habituales y de los datos económicos de la transacción, recogía específicamente la responsabilidad fiscal del vendedor en cualquier reclamación que fuera de periodos anteriores al 2020 en los que la nueva propiedad se hacía cargo de la gestión.

Los comienzos fueron complicados. En marzo del 2020 se les vino la pandemia encima y la aseguradora suspendió las actividades. La empresa solicitó un “ERTE” para dos de sus tres empleados, y les garantizó la recepción puntual de sus sueldos, incluso la integridad de los mismos, si el ERTE no lo hacía, como así sucedió en uno de los casos.

En mayo del 2020 se retoman las actividades, y en junio del mismo año, los trabajos están de nuevo a pleno rendimiento. Y es entonces cuando empieza el disparate.

Hacienda comunica una inspección sobre el ejercicio fiscal 2016, de la que resulta una diferencia en la declaración del IVA, diferencia que supone la reclamación de esa diferencia, más una multa, más los intereses, y que lleva inherente otra declaración por el impuesto de sociedades, por supuesto con su correspondiente multa, e intereses.

Ante esta situación, y en base al contrato de compra firmado, elevado a público ante notario, y registrado en el registro correspondiente, se requiere al propietario anterior el pago de los importes, recibiendo la respuesta  de que no va a pagar nada hasta que se lo diga un juez. Ante esta situación se informa a hacienda de que la responsabilidad fiscal de esos importes, según contrato que se aporta, corresponde al propietario anterior, al que se identifica como el firmante del contrato aportado. Al cabo de unas semanas hacienda contesta desentendiéndose del contrato, legal y legalizado, y comunicando su intención de considerar como única responsable de los pagos a la empresa, y, por ende, al administrador actual.

No voy a entrar en pormenores de dimes y diretes, ni en detalles de desarrollo que harían de este escrito, no una carta, si no un expediente de varios tomos. Baste con decir que tras la inspección del 2016, llegaron la del 2017, la del 2018 y la del 2019, con resultados semejantes, cuando no peores, y que los importes ingresados por esas inspecciones en las arcas públicas superan los cien mil euros, contra una facturación media anual, de la empresa  que ronda los doscientos cuarenta mil euros.

La brutal descapitalización que esos pagos supusieron para la empresa, han devenido en una falta de liquidez que impide las compras por la imposibilidad de compromisos estables con los proveedores y el cumplimiento de las obligaciones fiscales de los propios ejercicios, con las multas e intereses correspondientes. Los retrasos y dificultades en los pagos a los empleados suponen la desmoralización, cuando no el abandono de la empresa, y la imposibilidad de la dirección para reconducir una evolución en la que se ve abocada, periódicamente, a situaciones límite de falta de liquidez, a pesar de la facturación regular y brillante para las circunstancias que concurren de compra de materiales y finalización de trabajos.

Para mayor disparate, cada vez que hacienda comunica un embargo, se lo comunica a todos los clientes a la vez, por la totalidad de la cantidad reclamada, y, sin más trámite o dilación, bloquea los saldos de todas las cuentas, hasta que transcurran treinta días en que se resuelva el expediente, lo que ha llevado, en más de una ocasión, a embargar la totalidad del importe reclamado hasta tres veces, desde tres clientes distintos, y a tener ese mismo importe, o importes parciales, en ese mismo periodo, dándose un montante de embargo de algo más de cuatro veces  el importe reclamado, lo que ha supuesto, además de impagos a proveedores, de impagos de nóminas a empleados, la imposibilidad de hacer frente a las obligaciones fiscales, y de la seguridad social, que puedan acontecer en ese periodo, lo que, indiferentes a la perversidad del sistema, y a su propia responsabilidad en la situación provocada, supone, sin posibilidad de recurso o de defensa de ningún tipo, una imposición de multa y el recargo de intereses en las obligaciones incumplidas.

El negocio es redondo. Sobre un embargo de 4.000,00€, es un ejemplo, ha habido importes mayores, se embargan 18.000,00 €, y se devuelve el exceso recaudado con el interés legal, que rondará los seis, o siete euros. Pero, mientras tanto, se ha producido, debido al exceso de recaudación, una nueva devolución de 4.000,00€, para la que habría habido dinero de sobra, que supone, automáticamente, una multa de más de 1.000,00€, y la aplicación de los intereses legales correspondientes, que sobrepasará, casi seguro, los cien euros. Sumas y restas. No hace falta más, solo expongo ¿Quién gana? ¿Quién pierde?

Ante el desarrollo de los acontecimientos, y en un claro compromiso por lograr la continuidad de la empresa, cuya viabilidad solo pone en cuestión la actuación fiscal, solicitan una entrevista, ya saben, después de la pandemia todo es con cita previa, con la unidad de recaudación de la delegación de hacienda correspondiente. Otra sorpresa. Desde la pandemia, todos los trámites de recaudación han sido trasladados a una oficina centralizada, sin acceso público, con la que la única comunicación posible es mediante escritos, lo que, seguramente bordea lo legal, pero sin duda, sin ninguna duda, impide que nadie tome una decisión constructiva fuera de un reglamento que ya no solo es sordo, es ciego, y se convierte en dañino. Se presenta un escrito exponiendo todas las circunstancias, alegando la indefensión, aportando los documentos que justifican la petición, facturación, contrato, incumplimientos a partir de los pagos de cantidades ajenas a la explotación. La respuesta es casi inmediata, para la administración es meteórica, tanto que supone que el receptor, sea hombre, máquina o híbrido carente de alma, no ha podido ni siquiera hojear los documentos adjuntos, llega en menos de una semana, con un párrafo que, dada su literalidad en distintas respuestas, y a distintas circunstancias, da para pensar que es una respuesta estandarizada al margen de lo alegado.

“MOTIVOS DE DENEGACIÓN DE APLAZAMIENTOS/FRACCIONAMIENTOS

Por apreciarse, en base a la documentación aportada y a los datos y antecedentes que obran en el expediente, la existencia de dificultades económico-financieras de carácter estructural que impedirían hacer  frente a los pagos derivados de la concesión de un aplazamiento, como así lo pone de manifiesto el incumplimiento de otros aplazamientos concedidos con anterioridad, sin que, por otro lado, se hayan ofrecido garantías que permitan asegurar el crédito tributario.” (Éste párrafo, entre comillas, se ha rellenado con corta y pega. Anexo II de la respuesta a una solicitud de aplazamiento/fraccionamiento)

Nadie ha pedido el aporte de garantías, que, por otra parte, la misma facturación supone. Y si se pide esta actuación es porque hay dificultades, en este caso creadas por la misma actuación de hacienda y por su postura. Pero, válgame el cielo ¿se deniega la ayuda a una empresa en base a su necesidad de recibir esa ayuda? ¿Hay alguien al otro lado de esa oficina siniestra?

He oído, en los medios de opinión, que el cierre de empresas “zombi”, está siendo inusitado, lo que supone despidos, gente al paro, falta de personal en determinados sectores básicos, aumento de las subvenciones y disminución de los contribuyentes ¿Y Hacienda no escucha? ¿Solo está para recaudar?

En las películas de zombis, habitualmente, la transformación viene dada por un virus que afecta al cerebro. En esta historia, tan real que pongo a disposición de quién lo quiera la documentación que obra en mi poder, el virus se llama Agencia Estatal de Administración Tributaria (AEAT), y parece que no hay ningún interés en lograr una vacuna.

sábado, 3 de diciembre de 2022

SI NON E VERO

Siempre hemos sabido que tras una huelga hay, en un gran porcentaje, una intencionalidad política que nada tiene   que ver con los fines declarados, y esa misma sospecha existe respecto a algunas cosas que están sucediendo en la comunidad de Madrid, utilizando como reos, y víctimas, a los ciudadanos de la comunidad.

Es posible, no puedo afirmar lo contrario ya que no me muevo en los terrenos fanáticos de ninguna de las facciones en conflicto, que haya personas en ese movimiento que actúan con la buena fe de reivindicar carencias evidentes en la sanidad de la comunidad; deficiencias que, por otra parte, no son muy diferentes de las de otras muchas comunidades, regidas, estas, por afines y no afines ideológicamente, a la comunidad madrileña, y que no son reos del ataque sindicalista de Madrid.

Ya lo digo, es posible, casi seguro, pero lo que no sé es si esos médicos son tan reos de los manejos políticos que se adivinan en el fondo del movimiento, como los ciudadanos mismos, y si, éticamente, esta actitud es tolerable. Parece ser que la consecución del poder todo lo tolera.

Pues eso, que ahora llegan los famosos audios y revelan una intencionalidad puramente saboteadora de la convivencia que, no sé si estaba en la mente de los convocantes, o en la de los que siguen las consignas, o en la de los que se han unido convencidos de las reivindicaciones formuladas, pero que, a los que llevamos observando el desigual tratamiento de la sanidad en las distintas comunidades, sin importar la situación existente, desde una postura neutral, a los que asistimos a una confrontación ideológica entre la presidenta de la Comunidad de Madrid y el Presidente del Gobierno, en términos difícilmente defendibles desde un punto de vista ético, y no perdemos de vista que las elecciones están a la vuelta de la esquina, la motivación puramente ideológica de ciertos convocantes de esta huelga, nos parece, como mínimo, veraz, o como dice el dicho: “si non e vero, e ben trovato”.

Y es que en este mundo político, de enconos ideológicos, en los que el ciudadano no es más que el argumento, pero nunca el sujeto real de las preocupaciones, en el que los sindicatos políticos actúan como la famosa marquesa de la canción, que organizaba una fiesta en la que se cometían toda clase de desmanes, eso sí, a beneficio de los huérfanos y los pobres de la capital, realizando movilizaciones, planteando reivindicaciones, a beneficio de las gentes no afiliadas, pero en las que subyace una lucha por el poder a la que están supeditados todos sus planteamientos, y, por supuesto, cuidando muy bien de decirles a sus patrocinados, los que ellos declaran sus patrocinados, lo que deben de querer, sin molestarse en preguntarles lo que realmente necesitan, nada es verdad, ni es mentira, todo depende del color de la ética con la que se mira.

Sí, me parece perfectamente plausible que los que manejan el cotarro de las movilizaciones médicas, curiosamente afines a movimientos de izquierda, más proclives a los objetivos políticos que a los profesionales, estén moviendo el avispero de cara a las próximas elecciones.

¿Quiere esto decir que las reivindicaciones no son justas? No ¿Qué no son necesarias? No ¿Qué no son convenientes? No. Seguramente las reivindicaciones argumentadas son justas, convenientes y necesarias, pero la mentira subyacente con la que se plantean, la falta de verdad y rigor del planteamiento, la negativa a lograr soluciones en aras de un desgaste político que favorezca sus pretensiones de poder, las mancha, las degrada, las hace sospechosas, y puede provocar en los votantes el efecto contrario.

Si todo poder es sospechoso, que lo es, y la posición lógicamente democrática de cualquier ciudadano es ejercer la oposición a quién detenta el poder, por pura salubridad ciudadana, ser reo de una lucha entre dos poderes invalida siempre al agresor, invalida siempre al que, en función de una ética parcial, considera que se puede mentir, ocultar, desvirtuar y utilizar los hechos y a las gentes, con el objetivo de conseguir una posición preponderante, en la que, vistos los resultados, se considerará respaldado para seguir utilizando esos mismos métodos, eso sí, a beneficio del pueblo y sin que el pueblo lo sepa.

“Si non e vero, e ben trovato”, es una de las frases más demoledoras para la ética y la democracia, porque lo que nos viene a decir es que no hay nada en lo que pueda creerse con firmeza; no hay nada solido y veraz a lo que agarrarse para sostener los principios, nada en lo que se pueda confiar tal como nos lo cuentan. Y la mentira, la falta de credibilidad, la desconfianza, son arietes imparables para demoler la convivencia.

Puede que estemos en una campaña electoral soterrada y ventajista, populista, para apropiarse de las necesidades reales como instrumentos de ataque a una opción política concreta, y si esto es así, si se consideran por encima del bien y del mal, y con derecho a manchar todo lo que les rodea, va siendo hora de decir basta, va siendo hora de, como decía la canción de Quilapayún: “llegó el comandante y mandó a parar”.

Y llegados a este punto, punto de falsedad y desconfianza, me pregunto, desde la más pura desconfianza,  si la indefensión fiscal que están sufriendo las pequeñas empresas en Madrid, no sé si en otros lugares, que las sume en la impotencia y la ruina, víctimas de una ferocidad fiscal sin interlocución, sin defensa, sin esperanza, no pertenecerá también a una campaña de acoso político, para lograr unos números de fracaso empresarial que invaliden los logros de la facción en el poder autonómico. Desgraciadamente, y mirando el entorno, también en este caso, “si non e vero, e ben trovato”.

sábado, 26 de noviembre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXVII)- LA POLÍTICA CUÁNTICA

No estoy muy seguro de si se puede hablar de política cuántica, una política en la que la realidad depende de que exista un observador empeñado en su formación, es más, que varíe según el observador al que se somete, pero esta sería la única explicación para poder darle algún sentido a lo que estamos viviendo. La realidad que percibo a mi alrededor, una realidad desmotivada, desmoralizada, resignada y resabiada, que cada día está más lejos de esa otra realidad, que se vive en un parlamento ensimismado,  y que se demuestra insensible al clamor mayoritario, y a su obligación de darle voz y representarlo.

Un gobierno que vive en el disparate diario, en una huida hacia ningún sitio concreto que no sea su propia supervivencia, sostenido, en sus peores momentos, por una oposición empeñada en un disparate que hace desconfiar de su utilidad como alternativa, y por unas minorías que van, clara y declaradamente, en contra del sentir mayoritario de la sociedad.

Un disparatado dictadorzuelo decimonónico empeñado en el genocidio de todo un país, que ambiciona, por no plegarse  a sus deseos de expansión y gloria, ante la mirada, cómplice como solo pueden ser las miradas, de la escena internacional, más preocupada de su estrategia geopolítica, de  disponer de un campo práctico de pruebas para su industria armamentística y de amagar pero no dar, que de evitar una inaceptable avalancha de muertes y sufrimiento de personas que han tenido la desgracia de vivir en un campo de prácticas y ambiciones.

Una situación económica agravada por políticas fiscales populistas a las que nada les importa el daño que causan, o la indefensión que provocan.

Una sociedad desquiciada por leyes que transgreden y erizan la convivencia.

Una deriva social que avoca a un futuro tenebroso, a una distopía de tal calibre que se agradece la propia caducidad por no llegar a conocerlo.

Yo entiendo, ética aparte, conciencia a un lado, que todos vivimos en entornos que tienen una carga emocional determinada, y que la visión que de esa realidad cuántica, esa que antes dependía del color del cristal, y ahora se conforma según el observador, en la que vivimos obedece en parte a nuestras propias convicciones, pero ni entendiendo esto me parece tolerable que la política y la calle vivan en realidades diferentes.

Cuando a un problema social se le da una carga ideológica, no se soluciona el problema, se agrava, tal como demuestra el repunte machista que ponen de manifiesto las encuestas y que se da principalmente entre los jóvenes, porque pasa de ser un problema de conciencia a ser un motivo de enfrentamiento, porque el problema queda soslayado por el posicionamiento político contrario, porque el argumento pasa de ser racional a ser emocional. Si además se intentan poner en marcha iniciativas populistas, encima mal desarrolladas, las consecuencias son intolerables: retroceso de lo conseguido hasta el momento, delincuentes en la calle, y mentiras. Siempre mentiras, siempre la exhibición del chivo expiatorio como una explicación de un fracaso.

La ley del “si es si” es el mayor escándalo legislativo de este país desde la ley de vagos y maleantes del franquismo, y su única consecuencia percibible, de momento, es la rebaja de penas, cuando no la excarcelación irreversible, para delincuentes  socialmente intolerables, peligrosos, alarmantes. Ni siquiera el disparate argumentativo de cierta oposición puede enmascarar que la única salida de los responsables, si tuvieran un mínimo de ética, un mínimo de decencia democrática, sería la dimisión, pero en la realidad cuántica de los políticos, la responsabilidad es de otros, y lo importante es lo que se proclama, y no las consecuencias evidentes de su aplicación. El clamor popular está equivocado, es fascista, y solo la pureza argumentativa de una minoría iluminada puede salvar el futuro de las mujeres, de las mujeres que sobrevivan a los violadores en la calle, que sobrevivan a una violencia de género alimentada por el populismo de quienes dicen combatirla.

No voy a entrar en la rabia que percibo a mi alrededor cuando se habla del delito de sedición, no por la reforma, si no por la forma, por los impulsores, por el entreguismo que supone, agravada, la rabia, la desmoralización, por ver a Bildu imponer condiciones a un gobierno que debería representar a ciudadanos cuya realidad cuántica en nada se parece a la que se va formando medida tras medida, ley tras ley, agravio tras agravio.

Tampoco voy a entrar en la desidia popular que produce la verdad alternativa permanente, la incapacidad de dar veracidad a nada de lo que se oye, el hastío por un “relato” permanente de una visión cuántica divergente de la percibida en la calle, en el hartazgo desmoralizado de quienes se sienten impotentes ante una deriva que se escapa a su entendimiento, a sus esperanzas, a su ansia de convivencia y progreso.

Ni siquiera, hoy, voy a tocar los estragos que entre la pequeña y muy pequeña empresa está produciendo una política fiscal feroz, inmisericorde, cuyo afán recaudatorio es más propio de una bolera, que de un estado pretendidamente democrático, y a la que la sonrisa del presidente del gobierno, y sus ministros, en sus comparecencias públicas, no le parece muy diferente a la del “Joker”.

Ni mucho menos, ¿para qué?, voy a intentar entender la realidad cuántica de una oposición que oscila entre el “dontancredismo” de una parte y los exabruptos de otra.

La brillante, y exacta, frase definitoria de lo que es democracia, pronunciada por Felipe González recientemente -"En democracia, la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad"- contrasta frontalmente con la práctica cotidiana de un parlamento, nada representativo, que considera que la verdad es lo que ellos consigan hacer creer, aún en contra de lo que creen los ciudadanos, es decir, la verdad que la política cuántica les presente, a los representados, como hechos consumados.

Empezando porque la mayoría real, matemáticamente constatable, no es la representada en el parlamento, mayoría que las leyes sabotean en beneficio de las ideologías y los territorios, y siguiendo porque una mayoría, minoritaria a efectos de cuentas contantes y sonantes, conformada por la suma de las pretensiones de minorías contrarias al sentir mayoritario, nunca pueden producir una política asumible por esa mayoría, que no se siente representada, escuchada, a veces, ni siquiera, concernida por una realidad cuántica que emana de un discurso mentiroso, la democracia cuántica en la que vivimos, se parece poco a una democracia real, ni formal.

En este diálogo entre dos personajes de la obra “Palabras Radiantes” de Brandon Sanderson, se aprecia algo de lo expuesto:

-          “¿Qué es una pata? Depende de tu definición. Sin un punto de vista, no existe una pata, ni una mesa. Solo es madera”

-          “Me dijiste que la mesa se percibe a sí misma”

-          “Porque la gente la ha considerado, durante mucho  tiempo, como una mesa. Para la mesa se vuelve la verdad, porque es la verdad que la gente creó para ella”.

Necesitamos, y con urgencia, una regeneración democrática, con políticos que estén más preocupados por la percepción popular que por su cuota de poder, con un parlamento que sea representativo de los ciudadanos, y no de ideologías que la mayor parte de ellos no profesa, ni comparte. Con unas leyes que permitan las mayorías reales, y no que nos condenen a minorías y populismos que favorecen los sentimientos antidemocráticos más profundos. Con una convivencia que favorezca el progreso, la libertad y la igualdad imprescindible, no el medraje de unos cuantos, la libertad que algunos consideren conceder, ni la desigual igualdad de enfervorizados activismos.

Sin duda, la teoría cuántica en la física es un hito del conocimiento, que ha revolucionado nuestra percepción de lo que nos rodea. Pero aplicada a la política es un fracaso de tal calibre, que puede emponzoñar irremediablemente nuestro futuro más inmediato, el de los nuestros.

sábado, 19 de noviembre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXVI)- DE LA GESTION Y LA INDIGESTION

He de reconocerte, y no me duelen prendas, que el primer obstáculo que tenemos para poder resolver ciertos problemas es crear un marco dialéctico que no encorsete y restrinja el mansaje que se pretende. El debate ficticio, superado, castrante, que pretende dividir el mundo en dos percepciones sociales diferentes, adscribiéndoles unas siglas, y unas ideas ya preconcebidas, no contribuye a otra cosa que a privar a la sociedad de un debate real.

Claro que, en puridad, el primer debate real sería determinar cuál es el debate político real ¿Conseguir una sociedad en la que el ciudadano sea el sujeto objetivo? ¿Una sociedad en la que primen las estructuras territoriales? , o ¿Una sociedad tutelada por intereses ideológicos, económicos o religiosos?, lo que equivale a establecer unos objetivos hacia los que debe de encaminarse la gestión de los representantes, que, según la elección tomada, pueden ser ciudadanos de a pie elegidos por sus iguales, o líderes, caudillos, o entes difusos de poder.

Está claro que los sistemas actuales están pensados para ignorar al ciudadano, y para consagrar una tendencia ideológica sin vuelta a tras, pero, incluso en esto, hablar de izquierdas y derechas, invocando ideas que en su día tuvieron sentido y contenido, intentando homologar las ideologías actuales, en realidad las interpretaciones actuales, con los líderes y convicciones de entonces, difícilmente tiene sentido.

¿El socialismo es socialista? No, como tampoco el comunismo es comunista, ni el capitalismo es, exactamente, capitalista. Las ideologías tal como fueron concebidas en el XIX, en un mundo con unos valores y unas expectativas diferentes, no tienen cabida en el mundo actual, salvo para añorantes y retardados. No hablemos ya de esa dicotomía de la ilustración que no obedecía más que aun posicionamiento físico de los diputados en la cámara, y que ha trascendido su significado para formar pretendidos bandos irreconciliables: la izquierda y la derecha.

Tal vez podríamos hablar de un social-populismo, de un liberal-populismo, de un nacional-populismo, o de cualquier otra ideología, infiltradas todas ellas por un populismo que las invalida como opción constructiva y que llevan a una gestión nociva en aras de la consecución de objetivos inmediatos, que no siempre están correctamente enfocados, cuando no están directamente en contra de la sensibilidad mayoritaria de la sociedad.

Cada vez es más clara la falta de rigor, de gestión, en aras de una indigestión ideológica más interesada en la autocontemplación, en la supervivencia,  que una resolución eficaz de los problemas comunitarios. Eficaz, esa es la palabra en cuestión. La eficacia de la gestión es el mínimo exigible a quién se ha postulado para gestionar las mejoras de una sociedad. No de una parte, no de un colectivo, no de unos afines, no en contra del resto, sino de toda la sociedad.

Tal como veo la situación, siendo levemente cínico, o no tan levemente, nos enfrentamos a una sociedad desquiciada por la misma inutilidad de sus gestores, en unos casos por incapacidad, y en otros por interés, aunque ese interés no sea propio.

En una sociedad en la que una parte parece conocer las cuestiones importantes, pero adolece de una incapacidad manifiesta para aportar soluciones y herramientas que las respondan, y la otra parte tiene las herramientas y las soluciones, pero le importa un ardite solventar las cuestiones fundamentales, no se puede decir que tenga un futuro halagüeño.

La justicia social nunca pasará por bajar, ni por subir, los impuestos, porque nada tiene que ver el objetivo con el mecanismo, ni por las subvenciones, ni por tolerancia con la corrupción o el fomento de la picaresca. La formación ética de la sociedad nunca pasará por adoctrinamientos de parte, ni por la ausencia de referentes morales con los que construirse. La sociedad justa nunca se conseguirá a base de leyes ideológicas, de leyes recaudatorias, de leyes populistas o de leyes que favorezcan intereses no declarados, pero esas son las únicas que prosperan, que se contemplan, desde hace unas décadas. La calidad de vida de una sociedad no se construye con la destrucción de alguna de sus clases, ni con una política económica que provoque una insondable brecha entre clases, ni con una gestión perversa provocada por gestores incapaces, si no con una justa homogeneización de las mismas, que no contempla ninguna de las ideologías que hoy quieren construir un mundo a su medida, en el que solo tengan cabida los afines, y los reprimidos. Porque, seamos sinceros ¿si no hay reprimidos, si no hay malditos, como podemos atemorizar a los propios con los infiernos de cualquier tipo?

Una sociedad moderna, una sociedad de ciudadanos, no puede sobrevivir a una política de subvenciones sin contraprestación, no puede sobrevivir a una legislación de intereses particulares, no puede sobrevivir a una corrupción institucionalizada, no puede sobrevivir sometida a intereses económicos en la sombra, no puede sobrevivir a la imposición de intereses ideológicos, religiosos o de cualquier tipo, que pretendan instaurarse en contra de su percepción, no puede sobrevivir a una carencia formativa continuada, no puede sobrevivir al enfrentamiento permanente entre sus miembros, no puede sobrevivir a la sistemática ignorancia de la soluciones reales que necesita para sobrevivir.

En definitiva, y por ir acabando, una sociedad que pretenda un futuro viable, no puede sobrevivir a la mentira mendaz, impertinente, desahogada y pertinaz entre la que nos movemos a diario. Ni a eso, ni a la indigestión permanente de la gestión de unos incapaces infundidos de un populismo fundamentalista, más interesados en el mensaje, que en el contenido, o en las consecuencias.

sábado, 12 de noviembre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXV)- PEROGRULLO Y EL BARQUERO

Qué gran mentira es la verdad, querido amigo, que gran verdad es la mentira, en esta sociedad en la que ni siquiera se respeta el color del cristal con que se mira.

Una duda pertinaz se me plantea cada vez que, cada vez menos, me asomo al mundo de las verdades a medias, de las verdades relatadas desde el papel o la pantalla, y que parecen no tener otro objetivo que instaurarse como verdades verdaderas, en detrimento de verdades constatables solo sostenidas desde la realidad, o la experiencia.

El tan cacareado “metarverso” todo lo soporta, y el empeño, que ya no supone esfuerzo, si no oportunidad, de crear una realidad que se acomode a los deseos particulares, sin tener en cuenta la realidad real, si es que eso existe, va triunfando. Para que algo sea verdad, en los tiempos actuales, basta con que acomode a un personaje público, o que sea recogida en alguno de los soportes tecnológicos de las verdades sin sustancia.

La mentira ya no existe, existen verdades acomodadas como “el relato”, la “postverdad”,  o la verdad alternativa justificable, todas ellas construidas desde una mentira común, la voladura sistemática del lenguaje, el significado irreconocible de la comunicación verbal.

La nueva torre de babel, esta vez no al servicio de dios, si no al de los hombres endiosados, que se creen con derecho y capacidad para destruir lo que les rodea para construir a su medida, por muy escasa y discutible que esta sea, está en marcha, hasta tal punto que la desfachatez, una lacra abominable digna de personajes sin ética, y sin vergüenza, se ha convertido en una suerte de virtud imprescindible para cualquiera que se considere refrendado, y con atribuciones, para subvertir la verdad constatable.

Ya nadie tiene que mentir, ya nadie miente, simplemente, con absoluta desfachatez, cuando a alguien le ponen un micrófono delante, se limita a construir un “relato”, a defender una “postverdad”, o a marear el lenguaje, con aire de suficiencia y paciencia infinita, hasta emitir un mensaje en el que todas las palabras son individualmente reconocible, pero que, unidas, no llegan a significar absolutamente nada.

Perogrullo y el barquero, son los auténticos héroes de nuestro tiempo, los adalides de los servidores públicos convertidos en salvadores de lo políticamente correcto, de la mentira incuestionable, de la verdad alternativa, aplaudida, celebrada, defendida, inmediatamente, sin fisuras ni cuestionamientos, por quienes está más preocupados por las “verdades ajenas” que por las mentiras propias.

Estos, más seguidores del barquero que de Perogrullo, están perfectamente conformes con las tres verdades del barquero, que acaban siendo cuatro, o cinco, o las que sean necesarias para defender las anteriores, porque, primera y curiosa característica de esas verdades, tienen que ser defendidas, porque son cuestionables. Y ahí entra Perogrullo y dice, con la suficiencia que le caracteriza que la verdad nunca puede ser cuestionable, pero nadie le escucha.

Se supone que, para evitar todo esto, debe de existir un código ético que permita enfocar en su justa medida los comportamientos, y que esa ética, variable para cada uno, pero no variable en cada uno, es un conjunto de valores que invitan a las virtudes, hasta que Marx, no Carlos, el otro, el del cine, definió en una frase genial la ética variable, la del oportunista, la del sinvergüenza, la del desahogado, la que cada día nos encontramos ante micrófonos, en parlamentos, despachos y redacciones.

La verdad como virtud generadora de confianza, de integridad, de respeto, ya no existe, está obsoleta. Ahora, en estos tiempo de verdades convenientes, de mentiras sin piedad, de discursos sin fuste, ni contenido, de lenguajes que permiten construcciones destructivas, y realidades alternativas, necesarias para construir sociedades indefensas, de ideologías alienantes y que se pretenden justificar a sí mismas en base a éticas no compartidas, impuestas, totalitarias, uniformizantes,  el barquero va y viene por el río escuchando verdades que no comparte, y sin cobrar ni un céntimo por sus viajes; hasta que la barca se hunda, o el río se seque, o no queden pasajeros que quieran cruzar en barca.

¿Y Perogrullo? Perogrullo sumido en el silencio, en el asombro, en la incapacidad de encontrar ni una sola obviedad que llevarse al caletre, viendo el vaivén frenético del barquero  y la ruina de su familia. De la de barquero, por supuesto.

 

(*) Las tres verdades del barquero:

-          “Pan duro, mejor duro que ninguno”

-         “Zapato malo, más vale en el pie que no en la mano”

-         “Si a todos pasas de balde como a mí, dime, barquero, ¿qué haces aquí?”

Que pueden ser cinco si, según ciertos autores, le añadimos estas dos:

-          “Quien da pan a perro ajeno, pierde pan y pierde perro”.

-          “Al que no está hecho a bragas, las costuras le hacen llagas”.

Que pueden ser seis si le añadimos una verdad como un templo, una verdad verdadera, una verdad como un puño, una verdad de Perogrullo, sustanciado en el que suscribe: el que no dice nada coherente, ni dice verdad, ni miente.

sábado, 5 de noviembre de 2022

CARTAS SIN FRANQUEO (LXXXIV)- LA RAZÓN SIEMPRE VIAJA EN METRO

Me recordabas el otro día esos versos  de Celaya, a los que tengo tanto apego desde que los descubrí, allá por mis dieciséis años, que nos llaman al compromiso, mezclando ese compromiso, según tú, con el agradecimiento, con la lealtad, con la fidelidad, y otros sentimientos de reciprocidad.

“Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales”,  “maldigo la poesía de quién no toma partido hasta mancharse”, y me lo decías con ese sentimiento tan gregario que tiende a olvidar que solo se puede ser leal con los demás cuando no se abandona la lealtad con uno mismo, que solo se puede ser leal desde la libertad de no modificar la propias posiciones, o valores, para acomodarse al concepto de lealtad ajeno, y que modificar el criterio propio, para agradecer el favor ajeno, no es agradecimiento, es servilismo.

No sé por qué extraño motivo se invoca la lealtad como una exigencia de renuncia de aquel al que se le solicita, a todo criterio que discrepe del solicitante. Triste virtud aquella que empieza por buscar la destrucción de la libertad ajena, en vez de buscar el compromiso y la verdad, aunque sea otra verdad diferente a aquella en la que creemos.

He vivido, a lo largo de mi vida muchas veces, episodios en los que se ha invocado mi lealtad en cuestiones familiares, en disputas entre amigos, en debates políticos y éticos, sin primero preguntarme cual era mi opinión en la cuestión en concreto, o si la tenía, o si la quería tener, o si la quería manifestar, ni el por qué de mi posición, lo cual, ya de partida, es una falta de consideración, casi de respeto, hacia mis posiciones éticas.

La lealtad nunca puede ser la adscripción a un bando a costa de la renuncia a lo propio, la lealtad nunca puede ser un conmigo o contra mí, porque eso, en términos distendidos, puede ser una leva, o un chantaje. La lealtad, tal como yo la entiendo, es la capacidad de un ser humano de estar junto a otro en una circunstancia que lo requiera, sin juzgarlo, sin abandonarlo, sin identificarse con sus criterios o decisiones, en cualquier ocasión que lo requiera. Lealtad es decir no cuando el no sea la respuesta, sin que ese no signifique una renuncia. Lealtad es decir, o a mi me lo parece, aquí estoy siempre que lo necesites, pero siempre que necesites un yo, y no otro tú.

“No sé porque me odias tanto si nunca te he hecho ningún favor”, es otra fase que he oído con cierta frecuencia y que tiene un reverso con un grado de perversidad que habla más del que invoca el agradecimiento, que del invocado ¿Puede el agradecimiento esperar la renuncia del agradecido a lo suyo? El agradecimiento es un llamamiento a la generosidad mutua, y no veo ninguna generosidad en esperar la renuncia ajena, pero sin embargo casi siempre se invoca en ese sentido, en un sentido de renuncia y destrucción, en un sentido de sometimiento, de servilismo del segundo donante hacia el primero. No, eso, para mí, no es agradecimiento, porque no es libre, ni, habitualmente justo. El agradecimiento sería una predisposición voluntaria, generosa, libre, del favorecido hacia su favorecedor sin que ello suponga un perjuicio superior al asumible, o, idealmente, ningún perjuicio.

La lealtad, el agradecimiento, y la justicia, que está en el origen de ambos conceptos, son virtudes con balanza, pero, esa balanza jamás puede pretender equilibrarse a costa del perjuicio del otro platillo. En una balanza justa, todo debe de pesar en positivo, porque el equilibrio viene dado por el peso de lo depositado en ellos, no por la ingravidez, o peso negativo de lo que se deposita en el contrapeso.

La vida, por muy simbólica que queramos planteárnosla, no es el transcurso por un tablero de ajedrez, lleno de casillas blancas y negras;  en la vida real las juntas entre casillas son mucho más extensas y profundas que las casillas mismas, y nuestra endeblez, nuestra infinita pequeñez, nos hace discurrir por estos caminos de color indefinido que transcurren entre las casillas blancas, las virtudes, y las casillas negras, las virtudes opuestas, sin que podamos hacer otra cosa que atisbar su existencia, y aspirar a vivir lo más cerca posible de algunas de ellas.

Empecé esta carta con la estrofa de Celaya que ambos conocemos, pero ese poema de Celaya no es solo esa estrofa, aunque sea la más citada por aquellos que pretenden hacer de la lealtad ajena una bandera propia, a mí hay otra que me conmueve tanto como esa, en ese mismo poema: “porque apenas si nos dejan decir que somos quién somos, nuestros cantares no pueden ser, sin pecado, un adorno, estamos tocando el fondo”

Nadie parece estar interesado en el criterio ajeno, salvo que esté alineado, o sometido, al propio. A nadie parece interesarle otra verdad, u otra visión, que no sea coincidente, o convergente, con la propia. A nadie le preocupa lo que piensan los otros, salvo que sea para mostrar aquiescencia, o pleitesía. A nadie le interesa si fuerza, o violenta, el criterio ajeno cuando llama a una movilización en favor propio.

Suele, en todos estos casos, invocarse la razón, que no es otra cosa que una verdad construida por uno mismo sobre valores propios, pero que no es la verdad, o no tiene por qué ser más verdad que la razón construida desde otro criterio. La razón, querido amigo, es la renuncia perversa a la verdad, es la imposición del criterio propio sobre el ajeno. Hay tantas razones como individuos, tantas verdades como situaciones; lo aprendí en el metro, en mi nacimiento a la adolescencia, oyendo conversaciones de otros pasajeros que siempre tenían razón, hasta llegar a la conclusión de que, o todos los que tenían razón viajaban en el metro, conmigo, o todo el mundo actuaba cargado de una razón propia que invalidaba todas a las ajenas. Al final me decanté por esta última. Todos los viajeros de metro que contaban sus cuitas, sus traiciones, sus fracasos, lo hacían desde una posición de superioridad ética, de razón incuestionable, de apabullamiento moral del ausente, que, seguramente, a su vez, contaría la historia con los valores, las razones, los cuestionamientos contrarios a los que yo escuchaba, y seguramente con el mismo convencimiento por parte de ambos. Así que me acostumbré a escuchar sin juzgar, a entender sin compartir, a solidarizarme sin implicarme, a amar intentando no juzgar. Es a todo lo que me atrevo.

La lealtad, el agradecimiento, la fidelidad, la amistad, son virtudes libres y recíprocas, y, por ello, nunca deben de ser solicitadas, o pretendidas, o analizadas, o invocadas. Su único campo de existencia es el sentimiento mutuo. ¿Qué clase de amistad es aquella que tiene que ser inquirida? ¿Qué clase de lealtad es aquella que se añora? ¿Qué tipo de agradecimiento es aquel al que se le imponen condiciones? ¿Qué tipo de reciprocidad es aquella en la que una de las partes pauta la de la otra? ¿Qué tipo de fidelidad es la que nace de una falta de libertad?

No, querido amigo, puedes tener siempre la seguridad de tener un amigo, de tener su cariño y su respeto, en la misma medida que seas capaz de aceptar su discrepancia, entenderla y amarla en el mismo grado que su aquiescencia. De que tendrás su atención y su apoyo siempre que no pretendas que ello vaya en detrimento de él mismo. Esa es la lealtad, mutua, esa es la amistad, sin intereses, esa es la fidelidad, libre, ese el sentimiento mutuo, compartido del que se puede estar siempre seguro, lo otro, lo otro es un intento poco generoso de buscar súbditos en un territorio de libertad. O de creer que la razón siempre viaja en metro.